HISTORIA DE COLEGIOS DE PRIMARIA

 HISTORIA DE COLEGIOS DE PRIMARIA


Lectura del Rosario al empezar o terminar la clase








CADA MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO



En 1900, el panorama de la escuela española era un tanto desolador. A pesar de que desde el año 1857 los gobiernos contaban con una buena ley, LA LEY MOYANO, capaz de poner orden en el caos, de hecho nadie la aplicaba. “Cada maestrillo tiene su librillo”, se decía, y era cierto. En “Cada maestrillo tiene su librillo”, se decía, y era cierto.
 
 
 
Míseramente retribuido, poco considerado socialmente, basaba su trabajo en la autoridad personal, una rígida disciplina y el respeto que los alumnos le debía y por el que jamás cuestionaban sus decisiones. Ser maestro era una vocación. Para sus discípulos, era la guía y el modelo a seguir; le temían, aunque también podían venerarle.
En los pueblos y ciudades pequeñas se le consideraba parte de las “fuerzas vivas” locales, junto con el cura, el farmacéutico y el médico.
 
 

 
 


LA LETRA CON SANGRE ENTRA

Puesto que la función del maestro se basa en el principio de autoridad, en la escuela los castigos estaban a la hora del día y, según quien los aplicara, podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma, por leve que fuera, era merecedora de una reprimenda o un penalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared, con pesadas pilas de libros en las manos y orejas de burro; los palmetazos, los coscorrones y algún que otro bofetón o la archifamosa “colleja”. Era también costumbre hacer que el alumno copiara quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.
 
 
 
 
 

"En las escuelas de chicas, lo normal era que fueras castigada físicamente a la más mínima falta que cometieras en clase.
Por ejemplo, por no hacer los trabajos que te mandaban para casa el día anterior, llegar tarde, levantarte sin permiso de la mesa, hablar con las compañeras, etc.


La maestra te llamaba a su mesa, y tras mandarte poner los brazos extendidos y delante de ti, y las palmas de las manos hacia arriba, te daba unos cuantos golpes con la regla de madera; si intentabas apartar las manos era peor, pues podías ganarte una bofetada, y golpes más fuertes en lo sucesivo.


A continuación, venía lo que se suponía que era el verdadero castigo: estar toda la tarde de rodillas con los brazos extendidos en cruz, y totalmente estirados. Para que sirviera de ejemplo al resto de las compañeras, te mandaban colocarte debajo de la pizarra.
Otra cosa era que tuvieras que mirar hacia ella o hacia la clase, y que tuvieras que ver a tus compañeras mientras estabas en el suplicio. En el primer caso te aburrías más, pero el segundo suponía una vergüenza añadida, pues tus compañeras podían deleitarse viendo las muecas de dolor que ponías durante el castigo
Una vez que ya estabas arrodillada y con los brazos estirados, el dolor de éstos últimos ya  se manifestaba a los pocos minutos. Primero era cerca de los hombros, y los brazos caían tímidamente. Pero a los veinte minutos el dolor era ya insoportable.
- ¡Esos brazos, los quiero bien estirados!


El grito de la maestra conseguía hacértelos levantar a duras penas y valía para unos cuantos minutos.
Las rodillas tardaban más en empezar a doler, pero cuando lo hacía era con dureza. Cuando nos castigaban al lado de nuestra mesa, hacíamos “trampa”, y nos colocábamos un libro bajo las rodillas, para evitarnos los dolores (siempre que la profesora no nos descubriera), pero a la vista de todo el mundo y con la falda del uniforme por encima de las rodillas era imposible escapar.


Entonces uno levantaba las rodillas, una y otra, intentando aliviar el dolor, pero esos movimientos sólo lo aumentaban...
Pero, aun doliendo mucho las rodillas, lo peor era con diferencia el dolor de los brazos... la parte alta de los brazos, ya cerca de los hombros, empezaba a quemar; cada vez era más difícil mantener los brazos estirados y derechos, era insoportable; y lo normal era pasar así hora y media.


Las compañeras que habían pasado el suplicio de sostener libros decían que era un castigo insoportable, pero yo siempre pensé que por lo menos podían doblar los codos, mientras que aquí no te dejaban...
La tortura concluía cuando la maestra te “perdonaba” y podías volver a tu asiento; pero el dolor de los brazos no pasaba hasta muchas horas después.
 las para que tus padres no se dieran cuenta de que habías sido castigada en el colegio, y tal vez recibir otro castigo en casa.
 
 
 
 
RECUERDO INFANTIL
Una tarde parda y fría
de invierno los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

(ANTONIO MACHADO)
 
 
EN LA PARED.....................
 
 
 
 
 
 
 
      EL PUPITRE........................
 
 
 
 
 
 
Si hay un objeto que nuestra memoria recuerda cuando pensamos en escuelas ese es el pupitre.
A principios del siglo XX, España había heredado el pupitre del siglo anterior.
Las aulas estaban amuebladas con un material muy pobre e insuficiente.
GLOBO TERRAQUEO
 
HUCHAS DEL DOMUND
 
 
 CAJA DE LAPICES, GOMA Y AFILADOR
 
 
 
 
 
 
 
LIMPIA PIZARRA Y TIZA
 
 REGLA, CARTABON , ESCUDRA Y SEMICIRCULO
 
 
    CAMPANILLA DEL MAESTRO
 
 
 
 MALETA
 
 
 
 
         
 
LIBRO ENCICLOPEDIA
 
 
 
 
 
ALGUNAS DE LAS PAGINAS  DE ESTOS LIBROS
 
 
 
 
 
 

 
    
 

 
 
 
 
 
 
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